viernes, 27 de agosto de 2010

LA MEDIACIÓN DEBERÁ SEGUIR SU CURSO INALTERABLE.

Declaración de la dirección de la revista Espacio Laical.

El pasado viernes 20 de agosto se ha hecho pública la misiva de un grupo de opositores cubanos dirigida al Santo Padre Benedicto XVI. En la misma, manifiestan su desacuerdo por las gestiones emprendidas por la Iglesia Católica en Cuba a favor de los presos por motivos políticos. El quehacer desplegado por el cardenal Ortega, con el apoyo irrestricto de todo el Episcopado, ha sido tildado por este sector de la oposición de “lamentable y bochornoso”. Finalizan su misiva solicitando el cese de un supuesto “apoyo político” de los Obispos al Gobierno de nuestro país. La crítica vertida en este documento, por sus hipótesis de fondo y por las serias objeciones a las intenciones del Episcopado, constituye el más serio ataque público vertido contra nuestros Obispos desde la publicación de la carta pastoral El Amor todo lo Espera, en el año 1993.

Las gestiones emprendidas por la Iglesia Católica en Cuba no representan un apoyo o acto de legitimación de ningún poder temporal, ni gubernamental ni de oposición. Se ha tratado de un quehacer evangélico que ha buscado, en la medida de lo posible, la atenuación del dolor y del sufrimiento de un grupo de cubanos que se encontraban en prisión, así como de sus familiares. Por otro lado, si de algo puede mostrar credenciales nuestro Episcopado, es de haber mantenido, a lo largo de muchos años, su independencia y autonomía respecto a centros de poder localizados dentro y fuera de Cuba. De ello nos sentimos orgullosos muchos católicos cubanos.

Quienes se han dirigido al Papa reclaman a los Obispos que no hayan incluido en su agenda una “conciliación” de los intereses “de la disidencia pacífica y de los compatriotas del exilio” –por un lado- y del Gobierno cubano -por el otro-, como la mejor solución para resolver los asuntos nacionales. Esa fórmula política de arreglo entre estas partes es una burda simplificación de la realidad cubana, y de su posible solución universal, mucho más rica en matices, actores sociales implicados y propuestas que emanan de nuestra sociedad civil. Pero además, para que cobre vida un proceso de “conciliación” entre cubanos no depende esencialmente de la voluntad de la Iglesia, sino de las actitudes de los actores políticos implicados, que deben abdicar de pretender el aniquilamiento del otro.

Resulta llamativo que sea la oposición radical, que jamás ha trabajado en la construcción de un escenario para un posible diálogo político con el Gobierno cubano (más bien todo lo contrario), la que le recrimine semejante asunto a la Iglesia. Asumir esas actitudes que favorezcan el diálogo y el consenso entre nacionales no implica solo al Gobierno, sino también, y sobre todo, a quienes se le oponen. Nadie está capacitado para pedir al adversario, lo que él mismo no es capaz de dar. Resulta encomiable luchar para ensanchar los espacios de libertad, pero la libertad tiene un fin, que es la realización de la bondad humana. Por eso, puede resultar cuestionada cualquier lucha que no implique una metodología que tenga presente esa virtud.

La entrega de esta carta en la Nunciatura Apostólica de La Habana el pasado viernes debemos verla en el contexto de una campaña para torpedear las gestiones emprendidas por la Iglesia cubana. Según nos han informado fuentes cercanas a la disidencia interna, la “iniciativa” de una carta firmada por opositores cubanos y dirigida al Santo Padre se gestó fuera de Cuba, y nos aseguran que fue concebida como combustible para lograr deslegitimar el actual proceso. Fuerzas cubanas asentadas dentro y fuera de nuestras fronteras geográficas, conectadas a redes políticas internacionales, han intentado hacer ver que la liberación de los presos por motivos políticos ha sido el resultado de la “presión internacional” y de la “lucha” de la disidencia interna; no de la moderación y de la disposición al diálogo entre actores sociales y políticos. Es posible que dicha presión haya podido tener alguna influencia. No obstante, sería iluso pensar que esta haya sido su causa eficiente. La presión ha estado presente por más de 50 años y no ha logrado cambiar nada. Esta carta responde a la política del odio, que desvirtúa la realidad interna del país presentándola como un escenario binario de buenos y malos, eclipsando los necesarios matices que se imponen para describir, con un mínimo de seriedad, los complejos procesos sociales y políticos que tienen lugar actualmente en la sociedad cubana.

Los sectores que aspiran única y simplemente a derrocar al Gobierno cubano, no pueden ni deben ser los que tengan en sus manos el futuro de Cuba. Impedir a toda costa la materialización de esta realidad es algo que les compete a los actores nacionales. Seguir perfilando y articulando el debate en la sociedad cubana en torno a la democracia, la reforma económica, la justicia social, la soberanía nacional y la conciliación entre cubanos es hoy, más que nunca, estratégico. El logro de este objetivo será posible si los actores de la sociedad civil, a todo lo largo y ancho del espectro político, se suman cada vez más a este quehacer y si el Gobierno tiene la capacidad de incluirlos en el empeño de rearticular el consenso entre todos los cubanos.

Facilitar las actitudes que hagan posible esta realidad si puede ser una labor de la Iglesia Católica, sin embargo, ello no será efectivo sin una disposición al encuentro entre los más diversos sectores nacionales. Este es un tema que requiere de reflexión compartida y análisis. Es por ello que en el próximo número de Espacio Laical hemos decidido convocar a un grupo de valiosos analistas, de la Isla y de la diáspora, para analizar a fondo el actual proceso de negociación entre la Iglesia y el Gobierno cubano, la actual coyuntura política interna en el país, el camino desandado por las relaciones Iglesia-Estado que nos han permitido arribar al actual escenario, así como sus perspectivas futuras.

 

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