¿Mudos o protagonistas?
Fernando Ravsberg- LA HABANA-CUBA.
Hace poco un intelectual cubano miembro del Partido Comunista me decía que la "unanimidad" fue aceptada por los revolucionarios como un mal necesario. Según él era la respuesta traumática a una de las mayores debilidades de la nación: su división interna.
Fue la causa por la que perdieron la primera guerra contra España y después de la independencia las cosas no mejoraron. Los conflictos entre cubanos facilitaron nuevas invasiones militares de los Estados Unidos y la permanencia de una enmienda constitucional que convertía a Washington en "tutor" de Cuba.
Y no es un factor del pasado, aún hoy se puede ver su efecto en la disidencia. Son unos pocos miles de militantes, con muy escasa influencia social, a pesar de lo cual se dividen en decenas de pequeños grupos, sin capacidad de coordinar la más mínima acción entre todos.
Tratando de evitar esa fragmentación, los comunistas y revolucionarios habrían aceptado callar para tener una sola voz que los unificara. Se logró pero a costa de dar una colosal prominencia al líder y limitando la pluralidad de ideas, que tanto enriquece a las naciones.
Al asumir la presidencia, Raúl Castro parece proponer otro concepto de unidad, construido en base a la diversidad de criterios. Condenó la "unanimidad" y abrió la discusión afirmando que "del intercambio profundo de opiniones divergentes salen las mejores soluciones".
Además, no parecía solo teoría, antes había convocado un debate nacional en el que participaron 5 millones de personas y, cuando altos cargos del Partido Comunista quisieron ponerle un corsé, volvió a salir al ruedo diciendo que no habría temas tabús.
Los cubanos de a pie -con muy poco que perder- lanzaron una avalancha de más de un millón de críticas al sistema, mientras que los intelectuales se fueron abriendo poco a poco, como tanteando el terreno con cautela antes de avanzar.
No les faltaba razón. La reciente separación del Partido Comunista del profesor Esteban Morales por escribir un artículo sobre la corrupción en las altas esferas del país, es una prueba de que "meter el dedo en la llaga" puede acarrear la excomunión.
El caso me trasladó a fines de la década del '90, a una cena a la que Fidel Castro invitó a 14 periodistas extranjeros. En medio de la conversación nos propuso crear una asociación que agrupara a todos los corresponsales internacionales acreditados en Cuba.
Salimos encantados con la idea pero al día siguiente yo fui convocado al Centro de Prensa Internacional (supongo que otros también). Me dijeron que tal asociación no sería autorizada y que quienes intentasen organizarla tendrían que asumir las consecuencias.
Hoy como entonces la burocracia hace gala de un poder real capaz de contradecir las directrices del mismísimo presidente. El gran pecado de Esteban Morales fue aterrizar las advertencias realizadas por Fidel Castro en la Universidad, unos meses antes de enfermar.
Conversando con algunos colegas conocí las especulaciones que sitúan al profesor como víctima del fuego de los sectores más ortodoxos del Partido Comunista. No lo descarto pero apuesto a que existen también razones mucho más mundanas.
Esteban Morales tocó los intereses económicos de personas muy poderosas cuando denunció públicamente que "hay gentes en posiciones de gobierno y estatal, que se están apalancando financieramente, para cuando la Revolución se caiga".
Afirmó además que la contrarrevolución más peligrosa no son los disidentes sino los corruptos ubicados "en altísimos cargos y con fuertes conexiones personales, internas y externas, generadas por decenas de años ocupando las mismas posiciones de poder".
Como si esto fuera poco solicitó que se haga justicia con los dirigentes sobre los que se sospecha que están implicados en casos de corrupción como el destituido jefe de la aviación civil, general Rogelio Acevedo, al cual pidió que se le reivindique o se le condene.
Sin lugar a dudas Esteban Morales se metió en un terreno en el que cosechará mucho odio en las alturas pero también el respeto de la mayor parte de sus compatriotas de a pie, no porque les haya revelado un secreto sino por el valor de publicarlo.
La escasa reacción entre los intelectuales comunistas a pesar de lo arbitrario de la sanción contra el profesor va a dar nuevos bríos a los "excomulgadores", sobre todo si creen que la medida sirve como acción preventiva para proteger sus intereses personales.
Pero también podría convertirse en un bumerán ya que coloca a los militantes e intelectuales ante la disyuntiva de regresar a la seguridad del silencio o convertirse en protagonistas en la construcción de una sociedad mejor, asumiendo todos los riesgos que eso implica.
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