martes, 25 de mayo de 2010

¿Creer en el cardenal?

Por: Luís Cino .

LA HABANA, Cuba, mayo

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 La niñez y juventud de mi generación discurrió en un paisaje de iglesias cerradas y curas desterrados. Lamento las tantas veces que de joven, necesitándolo, me quedé con las ganas de rezar en la casa de Dios. 

Eran tiempos en que se temía que te vieran entrar en la iglesia. Alguien podía decirlo en la escuela, donde enseñaban que la religión era “el opio de los pueblos” y “un instrumento de coacción ideológica al servicio de las clases dominantes”. Una indiscreción o un chivatazo podían perjudicar tu futuro.

 Creer era un rezago burgués. Se suponía que un muchacho nacido con la revolución respondiera plenamente a los preceptos  materialistas del marxismo. De no ser así, se arriesgaba a ser un apestado. Muchas carreras universitarias estaban vedadas a los creyentes. La universidad era (y todavía es) para los revolucionarios.

Un día, frente a una planilla que indagaba si tenía alguna creencia religiosa, me cansé de negar a Dios y escribí sobre la raya: católico. Eso, sumado a mis manías rockeras  y otros problemas ideológicos, me convirtieron en paria y allanaron el camino a futuras disidencias. Pero no soy un católico practicante. Sencillamente, creo. A mi manera, como casi todos los cubanos. Por ejemplo, tengo un amigo que dice que no cree en Dios, pero le tiene miedo. 

Desde hace años está permitido creer y hasta es de buen gusto decir en televisión “gracias a Dios”. Sólo que eso no nos devolverá las veces que el miedo nos impidió orar en las iglesias, los niños que no se bautizaron y las navidades que no celebramos.

Las relaciones Iglesia-Estado van viento en popa. Ahora los cubanos, para encomendar nuestras almas en medio de tanto desastre, además de la Virgen del Cobre, tenemos un beato criollo en la antesala de la santidad. Tal vez el próximo beato, escogido por el cardenal Ortega o la Oficina de Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista (¿quién sabe?), lleve sotana verde olivo.       

Pero no esperen que me sume al mitin de repudio contra el cardenal Ortega por su pusilanimidad casi oficialista y algunas recientes declaraciones desafortunadas. Monseñor Jaime es sólo otra víctima del miedo que le sembraron en el alma. No podemos aspirar a que todos en el Arzobispado de La Habana tengan la valentía de Monseñor Oscar Arnulfo Romero o Jerzy Popielusko. Debemos cristianamente resignarnos con que el cardenal haga bien lo que pueda hacer.

Las Damas de Blanco, gracias a la mediación del cardenal Jaime Ortega, pero sobre todo gracias a sus gladiolos imbatibles y su valentía a prueba de turbas canallas, pueden salir de la iglesia de Santa Rita y desfilar sin asedio por Quinta Avenida. A propósito, ¿qué se hizo de la ira revolucionaria de las masas? 

La tarde del 19 de mayo, el general Raúl Castro se reunió con el cardenal Ortega y el arzobispo Dionisio García, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos para analizar temas de interés común y la situación nacional. ¿Hablarían de los presos políticos y de conciencia?

Ojala la próxima visita a Cuba del canciller de la Santa Sede sea aprovechada por el régimen (tan acomplejado por los chantajes) para salir del atolladero de liberar al menos a  los presos políticos más enfermos y salvar la vida de Guillermo Fariñas, si es que llega vivo a junio. 

Hay quien dice que hay truco en todo esto. De repente, el cardenal Ortega perdió la timidez y parece dispuesto a comerse al león con colmillos, garras y melena. Al menos en el caso de las Damas de Blanco. Más vale tarde que nunca. Puede haber oportunismo, no lo dudo. Pero por las razones que sean (supongo que buenas) ojala hagan algo el cardenal Ortega, el canciller Mamberti y hasta el Santo Padre que vive en Roma, a quien además de aquejarlo con los escándalos de los curas pedófilos, aún le siguen degollando a sus palomas. 

Ahora que hay permiso para rezar y leer Palabra Nueva, oremos porque esta vez la Iglesia Católica haga más por Cuba. Amén.

 

 

 

  

 

 

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