Por: Jorge Olivera Castillo, Sindical Press .
LA HABANA, Cuba.
Su lenguaje no pasa por ningún filtro. Las voces salen de sus gargantas sin rebuscadas metáforas ni otros aditamentos tan necesarios para camuflar la denuncia o la crítica. Dicen lo que sienten, lo que interpretan de una sociedad traumatizada por el miedo y los perpetuos desabastecimientos materiales y espirituales.
Bian y Aldo tienen voluntad y la chispa suficiente para recrear, desde su “aldea”, historias que dan al traste con los floridos paisajes de la denominada revolución socialista.
Sus crónicas a ritmo de rap, calan profundo en las mentes de una masa juvenil ansiosa por escuchar sus agonías existenciales, las realidades que nunca observan en los noticiarios, sus libertades conculcadas.
El dúo Los Aldeanos les ofrece entrada libre a ese universo lleno de espejos y reflectores para que puedan mirarse y palpar los estragos de las prohibiciones, los condicionamientos, las discriminaciones, y al menos recibir algunas dosis para calmar el intenso dolor de la desesperanza, y el vértigo que se experimenta en las cumbres de una ideología hacia donde nos han llevado a la fuerza.
A pesar de la marginación en los medios oficiales, su música se ha hecho popular gracias al intercambio informal entre una juventud cada vez más desencantada de los discursos patrioteros, el énfasis en legitimar la irracionalidad y otros vicios que han podrido el tejido social del país.
Aunque insistan en permanecer alejados de las fronteras del protagonismo, el valor de su postura en el proceso de galvanización de una idea que de hecho confronta al lenguaje del poder, y resume las inquietudes y perspectiva de la mayoría de los jóvenes cubanos, es una acción digna de tener en cuenta a la hora de describir los acontecimientos relevantes en el ámbito cultural, de lo que supone sean los últimos años de una dictadura.
Ellos son parte de la excepción en un escenario donde las reglas son claramente visibles en relación a los compromisos no escritos, donde hay que asirse a ciertos límites en el momento de dar rienda suelta a la creación artística o literaria para evitar el rigor de las represalias en alguna de sus modalidades.
Asumir los riesgos de una posición intransigente en el sentido de no ajustarse a los cánones impuestos, ha sido una causa de muy pocos. Unos han optado por el silencio preventivo, otros por jugar a la absurda dualidad de abogar, privada o públicamente, por la definitiva legalización de las libertades fundamentales, y por otro lado, llegar a la sumisión al mostrar apoyo a los dueños de los candados.
No se puede olvidar que decenas de artistas y escritores han tenido que pagar caro su resistencia a acatar los códigos de conducta redactados por oficiales de la policía política y los ideólogos del Comité Central.
Mención aparte a aquellos creadores que hoy, tras ser rehabilitados por los mismos que supervisaron u ordenaron los castigos, continúan haciendo gala de humillantes desdoblamientos o mutismos conseguidos a la sombra de viajes al extranjero, publicación de sus obras y condecoraciones con sus correspondientes estímulos materiales.
Los Aldeanos, junto a algunos escritores y fundamentalmente músicos del género trovadoresco y el rap, siguen nadando contra la corriente. Quieren decir la verdad, ser transparentes, reflejar los puntos escondidos de la Cuba profunda, la de los solares al borde del derrumbe, la del tedio y la apatía, la de las irrazonables regulaciones y la indisciplina social, la de la corrupción y el abuso policial.
Desde el corazón de La Habana, el dúo de raperos rehúsa callarse. Le cantan a la realidad, sin miedo. Ya es como una costumbre, un compromiso con la realización de un arte que pasa por encima del mandato de comisarios y policías.
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