miércoles, 21 de julio de 2010

Se reprende joven crítico cubano con intelectual en La Habana.

El obsceno encanto del cinismo (I) Desiderio Navarro.

“¿Y quién es ese Píter Ortega?”, me preguntan amigos y colegas de distintos medios artísticos y  culturales cubanos que han recibido y leído su furibunda y grosera diatriba titulada “Desiderio Navarro y el Partido de los Mocos Verdes (o La estrategia del camaleón)”, por él distribuida ampliamente vía correo electrónico con la petición  “Favor de cicular (sic) a la mayor cantidad de usuarios posibles”, y hasta colgada en el sitio web KaosenlaRed, de donde, supongo que por razones éticas, fue eliminada horas después por sus administradores.

A decir verdad, es poco lo que puedo decirles:  Ortega Núñez es, según dicen, un curador, al que sólo conozco por lo siguiente: por haberlo visto y oído varias veces en las actividades del Centro Teórico-Cultural Criterios que dirijo;  por haber observado recientemente el lanzamiento mediático de su persona y su exposición “Bomba” –lanzamiento tan bombástico como no recuerdo que lo haya tenido nunca ningún curador novel ni la mayoría de los no-noveles--; y,  por último, por haber recibido hace dos semanas por email  su irrespetuoso ataque al destacado artista plástico y profesor cubano René Francisco: “Rewind (6 respuestas a René Francisco Rodríguez, a propósito de Bomba y un dominical)”, luego colocado en su blog. Sólo ahora acabo de leer la nota autobiográfica que ofrece de sí en su blog http://piterortega.blogspot.com : un currículum pobre en cantidad y calidad, pero eso es algo que el autor pudiera arreglar con el tiempo, el estudio y el trabajo.

Algunos amigos –entre ellos, “socios” de mi barrio--, al leer en dicho texto de Ortega Núñez groseras ofensas personales como “cerdo”, “papagayo que vomita”, “camaleón”, “mocos verdes”, “Babarro”, etc., me preguntan si en el mundo “intelectual” de la cultura cubana son “normales” esas faltas de respeto y chusmerías, y, al yo responderles que no, o que por lo menos hasta ahora no, entonces me reprochan  que, si “el tipo ese” me faltó el respeto como cualquier “descara’o de la calle”, yo no le responda como lo haría cualquiera al que le dijeran todo eso en la calle: con “un buen pase de golpes que más nunca le den ganas de ofender así a nadie”.

Otros amigos y conocidos, por el contrario, me aconsejan no darle respuesta alguna porque, según ellos, es evidente que Ortega Núñez está escogiendo como blanco de sus críticas o ataques recientes a personas diferentes desde el punto de vista cultural, pero con un rasgo común: ser personas muy conocidas y reconocidas en el medio cultural más amplio, criticar las cuales es lanzar escandalosas “bombas” que llaman la atención sobre él: Kcho (“Ya es la hora”, ésta sin ofensas, porque Ortega Núñez sabe donde dice “Pare” en rojo), René Francisco y ahora Desiderio Navarro. En la opinión de ellos, responderle sería hacerle el juego a su ávida búsqueda de “spotlights” y “luz reflejada”, a su construcción de una imagen de “enfant terrible iconoclasta”.

Entendiendo las razones de ambos bandos, he optado, sin embargo, por reaccionar a ese ataque analizándolo como lo que realmente es: por una parte, como una expresión más del creciente deterioro moral, ideológico y educacional  que experimenta nuestro país, pero una expresión que retroactúa reforzando y profundizando esa crisis al conformar y lanzar un nuevo paradigma, un nuevo conjunto de “reglas del juego” cínicas para la crítica y el debate culturales nacionales, en medio del silenciamiento o invisibilización del pensamiento crítico de izquierda; y, por otra, como una oportuna jugada al servicio de ciertas tendencias políticas nacionales que reaccionan con inquietud ante un posible y probable nuevo auge de un arte político crítico análogo al de los 80 por obra de la confluencia de cuatro factores: las crecientes necesidades expresivas no canalizadas de la esfera pública nacional, el agotamiento local del “vale todo” postmoderno y del  esteticismo mercantilista del métier, el renacimiento internacional del arte político hasta en los países neocapitalistas de Europa del Este, y, last but not least, la gestación y conformación local del mencionado nuevo pensamiento crítico de izquierda.

Ante todo, debo señalar que el hecho de que Ortega Núnez haya dedicado la mayor parte de su texto y su rabia  al ataque personal  centrado en mi biografía y actividad pública, en conjunción con el hecho de que haya colgado su diatriba en su blog de Internet y en el sitio web KaosenlaRed, y de que, al parecer, la haya enviado también a otros blogs y páginas web del extranjero en  que ésta figura,  me obliga a extenderme en informaciones autobiográficas y bibliográficas probablemente desconocidas para los lectores extranjeros --aunque tal vez también para muchos nacionales.

También debo dejar en claro que los tres mensajes electrónicos con textos teóricos de Bal, Rancière y Canclini sobre el arte político,  acompañados por un pasaje mío de 1989 y un nuevo texto mío de ocho líneas --que es el que Ortega Núñez  tomó como “el pretexto, el momento oportuno, el pie forzado” que “no hallaba” para injuriarme--, fueron enviados por mí, el pasado 6 de julio, como una reacción intelectual --sin groserías ni injurias-- al irrespetuoso ataque de Ortega Núñez contra René Francisco, que más adelante analizaré.

Trataré de hacer lo más productiva posible esta respuesta, mostrando los mecanismos pseudopolémicos que se han ido propagando en nuestra crítica y debates,  especialmente toda clase de ataques a la persona sin el menor fundamento y en absoluto desprecio de todas las evidencias contrarias conocidas: insinuaciones denigrantes, falsas imputaciones, atribución falaz de afirmaciones, etc.

Para respetar al máximo la integridad, literalidad y contextos de las afirmaciones de Ortega Núñez, y facilitar cualquier eventual comprobación de los lectores,  reproduciré su texto integramente  (en letras negras Times New Roman) y  me limitaré a insertar mis observaciones (en letras azules Arial, en párrafos con sangría izquierda) inmediatamente después de los pasajes que son objeto de las mismas (destacados en letras rojas).

 

Desiderio Navarro y el Partido de los Mocos Verdes

(o La estrategia del camaleón)

 Por Píter Ortega Núñez.

 Siempre he creído que Desiderio Navarro es un tipo de mucho cuidado. Una suerte de farsante que navega en todas las aguas. Un simulacro de personaje valiente, rebelde y contestatario, detrás del cual se esconden muchas historias pasadas bien “rojas”, oficialistas a ultranza.

 Si Ortega Núñez no deseara quedar como el típico difamador criollo que medra en las lagunas, indefiniciones y benignidades de la ley cubana en lo que respecta al delito de difamación, lo éticamente correcto y debido sería que él des-escondiera todas esas “muchas” historas pasadas “oficialistas a ultranza” que dice conocer (y tal vez así me diera la ocasión de contar, en respuesta, unas cuantas historias autobiográficas muy instructivas).

Pero si con esas palabras se refiere a afirmaciones mías, mediante escritos o actos, de mi nunca ocultada vinculación al marxismo y al socialismo desde los trece años de edad, sin carnet de pionero, AJR, UJC o PCC, le adelanto que estoy orgulloso de ser “bien rojo”, a mi manera, por mi cuenta y riesgo, como en cada momento me lo dicte mi conciencia, y orgulloso sobre todo de haber seguido siendo “rojo” --en medio de tantos cambios de casaca, lavados de autobiografía y reciclajes políticos de “rojos” con carnet-- cada vez que por mis ideas político-culturales me dejaron “oficialmente a ultranza” sin trabajo en el Conjunto Dramático de Camagüey de los 60, la revista Cuba, La Gaceta de Cuba, la Dirección Nacional de Literatura y la UNEAC de los 70.

Por cierto, esa vinculación ideológica la conocen muy bien los patrocinadores y colaboradores extranjeros de Criterios. Jamás he hecho reticencia o concesión alguna en ello, y jamás me han pedido que la haga. Ortega Núñez debería aprender que lo que “navega en todas las aguas”, excepto en las del mercantilismo y la politiquería, es el trabajo cultural altruísta realizado con profesionalidad, dedicación, honestidad y apertura a lo teóricamente valioso, venga de quien venga; eso lo respetan, y hasta lo premian, las personas e instituciones serias de muy diverso signo político en todo el mundo.

 Alguien que se ha construido todo un aura de “teórico del arte”, cuando no es más que un editor y traductor, un individuo que repite lo que han escrito otros, pues ciertamente son muy pocos los trabajos de su autoría que tengan trascendencia.

La imagen  que Ortega Núñez tiene del  editor y del traductor, así como el desprecio con que la rodea, dicen mucho de la visión inculta y primitiva que tiene de los procesos de circulación social nacional e internacional de las ideas.

En primer lugar, al igual que muchos funcionarios nacionales, sobre todo de los años 70, Ortega Núñez considera que se puede ser un editor de teoría –y hasta de la publicación que Documenta y el Jurado internacional del Prince Claus Fund han considerado “una de las revistas teóricas más destacadas del mundo”--  sin saber de teoría, sin conocer la producción y los debates teóricos internacionales actuales con igual o mayor amplitud y profundidad que un teórico.  Las consecuencias prácticas de esa extendida visión explican el nefasto  balance de las ediciones cubanas durante largos períodos en materia de teoría internacional actual sobre todas y cada una de las ramas del arte y la cultura.

En segundo lugar, no hace falta ser un semiótico o un culturólogo --basta la cultura general-- para saber que un editor no “repite” todo lo que han escrito todos los que han hecho teoría en el mundo entero, sino que dentro del corpus desigual e inabarcable de cualquier disciplina  teórica actual opera, según múltiples y heterogéneos criterios, con mayor o menor competencia y perspicacia,  una selección y composición de textos que da origen a una antología o a una serie editorial, las cuales no por gusto están tan protegidas por los derechos autorales como los textos individuales que las integran, mientras que los nombres de editores prestigiosos en las cubiertas funcionan desde hace mucho como una garantía de calidad y un “gancho” editorial.

La visión primitiva y despectiva que Ortega tiene de ese oficio, se vuelve como un boomerang contra el suyo propio, el de curador, pues éste no hace más que lo mismo que el editor: presentar lo que han  hecho otros --en este caso, los artistas plásticos-- y, eventualmente, acompañarlo de un “prólogo” propio o ajeno en el catálogo.  Todavía en la lengua italiana “curatore” y “curare” designan  por igual  la profesión y la actividad del editor y el curador.

Cuando Ortega Núñez descalifica al editor y al traductor por ser, según él, “un individuo que repite lo que han escrito otros” (y podría haber agregado también al profesor), deja ver que su “postmodernismo” no es más que una fachada, una coartada siempre lista para justificar cualquier falta a la verdad o la ética, esos “resabios modernos”. Y es que, como bien saben los intelectuales cubanos desde hace décadas, uno de los principales axiomas del postmodernismo, en contraste con el culto moderno de la innovación y la originalidad, es que repetir lo ajeno –sea en citas, pastiches, remakes, parodias, plagios, apropiaciones y otros recursos postmodernistas por excelencia— es no sólo lícito y aprovechable, sino esencial para el acto artístico postmodernista o incluso para la creación artística y la actividad cultural en general.  De ahí el título de aquel clásico trabajo de Umberto Eco: “Innovación y repetición; Entre la estética moderna y la postmoderna” (1985). Y de ahí también que para los pensadores postmodernistas haya sido un fascinante opus magnum el libro, hecho de textos e imágenes recolectados, Das Passagen-Werk (La obra de los pasajes) de Walter Benjamin (Gesammelte Schriften, vol. V, 1982, Frankfurt, Suhrkamp; ed. inglés, 1996), inconcluso por su muerte y presentado por él así: “debe desarrollar en el más alto grado el arte de citar sin comillas. Su teoría se vincula de la manera más íntima a la del montaje”. “El método de esta obra: el montaje literario. No tengo nada que decir, sino sólo que mostrar”.

Por cierto, es preciso reconocer que Ortega Núñez fue más generoso que otros en Cuba al reconocer a Desiderio Navarro al menos como traductor, pues en el contexto cubano, donde, independientemente de la cantidad, calidad y reconocimiento nacional e internacional de la obra propia, muchos consideran que uno “es” o “no es” lo que las correspondientes instituciones y organizaciones locales deciden, Desiderio Navarro tampoco es traductor: a pesar de ser el autor de más de cuatrocientas traducciones publicadas de textos teóricos de quince idiomas --según dicen las buenas lenguas, algo que no abunda en la historia de la cultura cubana y de otras--, no se lo consideró incluible entre los más de cien traductores cubanos invitados al Congreso Mundial de Traducción Especializada, celebrado en La Habana en el 2008, y dedicado a "Lenguas y diálogo intercultural en un mundo en globalización", tema con el que, por supuesto, ni Desiderio ni Criterios tienen nada que ver.

Negarme totalmente una u otra calificación o capacidad  cultural –teórico, investigador, crítico, ensayista, editor, traductor-- , o todas a la vez, ha sido casi una cuestión de principio para las sucesivas oleadas de stalinistas, oportunistas y mediocres de la cultura cubana desde los 60, llegando a veces hasta extremos ridículos. Recientemente he contado cómo a mediados de los 70 un cuadro editorial cubano recibió a un representante oficial de un país del campo socialista, quien le sugirió publicar en Cuba un libro teórico de ese país; como el propio visitante extranjero me contó, dicho personaje le respondió que no tenía traductor de ese idioma que pudiera verterlo, y él replicó que Desiderio Navarro podría. El cuadro le dijo que Desiderio Navarro no sabía ningún idioma y que las traducciones de ese idioma firmadas por él en realidad las hacía una novia que él tenía de ese país.  A lo que el visitante replicó que Desiderio no sólo traducía de esa lengua, sino de seis lenguas más, lo que daba un total de siete novias. Y concluyó suspirando irónicamente: “¡Ah, qué envidia! ¡Qué potencia sexual!”

Resulta elocuente que, a pesar de su rabia desenfrenada, Ortega Núñez haya tenido que reconocer que --aunque según él muy pocos-- “ciertamente” hay trabajos de la autoría de Desiderio Navarro que tienen “trascendencia”. Con haber logrado al menos eso en Cuba, donde la memoria cultural es tan corta, siendo yo un completo autodidacta, hijo de un hojalatero, nacido y criado en calle de tierra, ya me podría morir tranquilo, si no fuera porque el autoconformismo no es mi fuerte.

De todos modos, volvamos a los hechos: bastaría decir que en ninguno de los textos de autopresentación que he redactado yo mismo para las antologías dedicadas enteramente o en parte a la teoría del arte internacional que he editado y publicado --Image – I,  Stefan Morawski, De la estética a la filosofía de la cultura, El Postmoderno, el postmodernismo y su crítica en Criterios y El pensamiento cultural ruso en Criterios-- me he presentado como “teórico del arte”, sino como “Desiderio Navarro (Camagüey, Cuba; 1948). Investigador y crítico de literatura y arte.”  Y ello a pesar de que desde los años 60 escribo y publico esporádicamente en Cuba y en el extranjero textos de naturaleza exclusivamente teórica en el sentido más estricto de la palabra. Otra cosa es que tales o cuales editores e investigadores nacionales y extranjeros que han leído esos textos consideren que deben referirse a mí calificándome de “teórico”. Y otra cosa, completamente distinta, es que a menudo en presentaciones, invitaciones y otros documentos oficiales me atribuyan un Doctorado, título académico que me apresuro a aclarar que no poseo.

Por lo demás, toca a Ortega Núñez ir más allá de la maledicencia y explicar cómo puede construirse en Cuba “un aura de ‘teórico del arte’” quien no hace nada de lo necesario para tenerla, sino todo lo contrario, y habiendo, además, quienes hacen todo lo necesario para que no la tenga. Navarro no va a inauguraciones de exposiciones ni a conferencias y debates teóricos sobre arte (la excepción fue uno de la última Bienal). No da conferencias sobre teoría del arte ni siquiera en la sala disponible del centro cultural que fundó y dirige. No se le da acceso a la enseñanza de teoría del arte en ninguna institución docente cubana, ni a un programa televisivo educativo sobre arte.  Los plomos intactos de su primer libro con textos teóricos y críticos sobre arte fueron fundidos al cabo de cinco años de espera en una editorial y el libro demoró aún tres años más en ver al fin la luz en otra editorial. Ése y el siguiente se reeditaron sólo veinte años más tarde. Miles de ejemplares de una importante antología de teoría del arte preparada, parcialmente traducida y prologada por él  circularon en Cuba sin su nombre, luego de que  sólo se borraron los créditos de la primera edición. Salvo rarísimas excepciones, los medios masivos no anuncian las actividades de teoría del arte que organiza. En más de cincuenta años de actividad cultural las publicaciones cubanas no han publicado más de dos o tres artículos que aborden sus textos teóricos, y lo mismo ha ocurrido con Criterios. No ha sido invitado jamás a formar parte de ningún jurado o panel nacional de arte, y sólo en tres ocasiones en su ya larga vida literaria ha sido invitado a intervenir en coloquios. Desde hace siete años se le niega la categoría de “Investigador de Mérito”, solicitada por la Casa de las Américas. Etc., etc. Así pues, lo único que pudiera haber construido localmente esa “aura de teórico del arte" que tanto enfurece a Ortega Núñez son precisamente los valores intrínsecos de  los textos teóricos publicados por Navarro.

           Ahora bien, si Desiderio sólo repite lo que han escrito otros autores mundialmente conocidos, ¿por qué lo  han publicado en 17  países, lo han traducido a nueve  idiomas, y lo han invitado decenas de veces a hablar en países donde no es precisamente la información teórica mundial lo que falta y, para colmo, lo han remunerado por ello? ¿Cómo logra engañar ese “farsante” lo mismo a la estadounidense John Simon Guggenheim Foundation,  que lo distingue con una beca de 25,000 USD precisamente para una investigación de corte teórico,  que a Manthia Diawara y el resto del Jurado internacional del Fondo del Príncipe Claus de Holanda, que le confieren un Premio de 25,000 Euros, entre otras cosas, por “his insightful writing and analysis”. ¿Cómo se las arregla para “tupir” a decenas de academias de ciencias, universidades, congresos especializados mundiales y revistas teóricas --de México a Nueva York, de Londres a Sao Paulo, de Vancouver a Varsovia, de Buenos Aires a Roma--, así como a importantes teóricos como Adrian Marino y Dionyz Durisin, que escribieron sobre sus propuestas? ¿Cómo logró, por ejemplo, que el universal erudito Étiemble incluyera su nombre en el artículo sobre comparatística en la Encyclopaedia Universalis de Francia?

Y hablando de arte político: la extraordinaria antología Art and Social Change: A Critical Reader (Arte y cambio social: Una antología crítica, 2007), editada por los prestigosos curadores Will Bradley y Charles Esche, para la Tate Publishing de Londres, reúne en sus 480 páginas una selección internacional de 74 manifiestos artísticos y textos teóricos precisamente sobre la cuestión del compromiso político y la posibilidad del cambio social. El libro está estructurado cronológicamente en cuatro secciones que corresponden a momentos de conflicto o trastorno político: 1871, que comienza con un texto de Courbet; 1917, con un texto del dadaísta Huelsenbeck sobre Dadá; 1968, con las Tesis de la Internacional Situacionista (Guy Debord et al.), y 1989… --¡oh, ingleses incapaces de distinguir el verdadero pensamiento teórico del falso!-- con un texto de Desiderio Navarro. ¿Cómo es posible que después de ese despiste el muy afamado Esche siga siendo consejero teórico de la Academia Real de Amsterdam y co-director de la revista internacional de arte Afterall?

Aunque no conozco autores de mi generación y de las posteriores que tengan mayor volumen de producción propiamente teórica que yo,  sé que, en términos absolutos, sin guarecerme en ventajosas comparaciones, yo hubiera podido hacer mucho más por la cultura de mi país en la esfera teórica. Lo sé y me apena, sin que tenga que venir nadie a decírmelo. La principal razón para esa escasa producción ha sido el irresistible impulso de dejar a un lado el trabajo en mis propios textos cada vez que encuentro un texto teórico en lengua extranjera que me parece  necesario traducir y publicar para que compatriotas míos lo conozcan y aprovechen en su trabajo. Ahora bien, probablemente esa producción teórica hubiera sido menos escasa si el tiempo y las energías cuantiosamente perdidos en la desgastadora lucha de décadas contra los obstáculos y ataques de “duros”, mediocres y oportunistas –como es el presente caso-- hubiera podido dedicarlos al trabajo teórico personal.

Siempre me ha indignado mucho la manera tan arrogante con que no deja hablar a sus invitados mientras funge como moderador en sus encuentros-monólogos de Criterios, momentos en que queda clara su mayor enfermedad: la del ego, la de las ansias de llamar la atención a toda costa, de ser el centro del universo.

O sea, que Núñez Ortega es un asistente habitual de “siempre” de los “encuentros-monólogos” de Criterios. Obviamente, el motivo de su asistencia no son los invitados, ya que Desiderio “no deja a hablar a sus invitados”. Entonces, ¿qué trastorno emocional explica esa masóquica atracción fatal que obliga a Núñez Ortega a ir una y otra vez al Centro Criterios a escuchar una y otra vez, indignado, el monólogo arrogante de un Desiderio Navarro cuyo ego enfermo trata de ser el centro del mundo? ¿Qué lo fuerza, una y otra vez,  a someterse al papel de periferia pasiva, callada, contemplativa, de un falso teórico que le impone ideas ajenas como a un zombie?

Ahora bien, si Navarro quiere ser el centro del universo valiéndose de ideas ajenas de teóricos extranjeros, ¿por qué, entonces, en vez de  aprovechar la falta de información teórica internacional reinante en Cuba y escribir él mismo cada dos o tres días exhibicionistas artículos rebosantes de información, o impartir él mismo deslumbrantes seminarios y  conferencias magistrales, “repitiendo” las teorías aquí nada o poco conocidas de cientos de teóricos de fama mundial, cuyas obras tiene y lee en sus lenguas originales, se dedica a traducir de dieciséis idiomas y publicar sobre papel cientos de textos de esos teóricos que los estudiosos cubanos pueden leer entonces de primera mano en sus casas o aulas sin la presencia de Desiderio, por no mencionar los dos mil dos textos teóricos en formato electrónico que ha reunido por el mundo y ha circulado y puesto a disposición de todos los interesados en copiarlos en Cuba? ¿Y por qué se dedica, además, a conseguir financiamientos para traer a Cuba a esos teóricos, permitiendo así que esos compatriotas puedan escuchar las ideas de esos autores y hacerles preguntas y observaciones directamente, en vez de escucharlo exclusivamente a él disertar sobre las ideas de ellos? ¿Cuántas conferencias ha dado Desiderio Navarro como teórico o crítico en el Centro Criterios que dirige? Ninguna. ¿Cuántos artículos propios ha publicado como teórico o crítico en la revista Criterios que dirige? Ninguno. ¿Cuántos libros teóricos propios en la Colección Criterios que dirige? Ninguno. Obviamente, hacer que sus compatriotas puedan conocer directamente a más de doscientos teóricos de todo el mundo es la manera más segura de no llegar a ser en Cuba, como “teórico”, “el centro del mundo”.

Ahora bien, continuando con los hechos: lo cierto es que, como recordarán numerosos asistentes, Ortega Núñez sí ha hablado en las actividades de Criterios --como todo el que ha querido, y de ahí que hayan durado tres, cuatro y hasta cinco horas--, y lo ha hecho prolongadas y reiteradas veces en el marco de una misma actividad.

¿Cómo se atreve a hablar de ego arrogante, de voluntad de llamar la atención, quien, no contento con titular “Bomba” la reciente exposición por él curada, inicia el texto del catálogo “citando” la que sería una acepción de la palabra “Bomba” en un imaginario futuro Diccionario de la Lengua Española:

 “Bomba. (…) Título de una exposición antológica de pintura cubana joven que dinamitó y removió los cimientos del anquilosado panorama regente.”

¿Ha habido alguna vez una exposición de un curador cubano que desde el primer momento tuviera la megalomanía de anunciarse a sí misma como una gran conmoción demoledora inscrita ya en la futura Historia del Arte?

¿Cómo se atreve a acusar a otros de  ansias de ser el centro del mundo quien no puede escribir una cuartilla destinada supuestamente a presentar obras ajenas de artistas, sin dejar de cantarle desfachatadamente a su propia curadoría egocéntrica?

“Esta es una curadoría pretenciosa, ciertamente. No hay nada de humildad en ella. Su propio título sugiere un híbrido entre dinamita y ego, entre tsunami y catarsis narcisista.”

 ¿Qué curadores cubanos habían llegado alguna vez a este desenfrenado mesianismo y autobombo?  ¿Ha habido alguna vez alguno que concluyera las palabras de su catálogo con esta petulancia  ególatra?

 “He aquí una exposición que, en definitiva, marcará pautas, abrirá senderos. Y lo escribo con toda la responsabilidad e insolencia que ello implica. Con toda la vanidad del mundo. Qué más da. Será un “bombazo” y bien. Todos los implicados lo saben.”

Obsérvese, además, el modus operandi del cinismo.  Si la ideología como falsa conciencia implica, como decía Marx, un “no lo saben, pero lo están haciendo”, el cinismo, por el contrario, sabe muy bien lo que hace y, a pesar de eso, lo hace. Ortega Núñez proclama su carácter pretencioso, carencia de humildad, insolencia y vanidad, pero no como una confesión autocrítica en camino a una superación, sino como una explicitación que, al presentar y afirmar obscenamente el mal moral como consciente e intencional, lo naturalizara y colocara más allá de toda crítica y repulsa.

Eso se hace aún más evidente en las líneas finales del texto con que me ataca:

 “He sido grosero en estas líneas, lo sé. Pero ha sido con toda intención.”

La cuestión es si, ante este precedente y paradigma, el medio intelectual cubano, sus instituciones y personalidades,  van a aprobar tácitamente como profesional y éticamente válido y admisible este simulacro cínico de crítica y debate, o sea, si a partir de ahora cualquiera –no sólo Ortega Núñez— va a poder escribir, sin ningún costo profesional ni ético, ataques injuriosos, difamatorios y groseros "a sabiendas y con toda intención" sobre cualquiera –no sólo sobre Desiderio Navarro.

 Allá los que prefieren fomentar el cinismo entre los jóvenes a tolerar su compromiso crítico.

 

                                                           

 

 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado editor de este blog: No acostumbro a comentar en este blog, por respeto a los que desde Cuba hacen lo que pueden y creen necesario, no es lo mismo desde adentro que "afuera". Sin embargo, en este artículo me llamó la atención que el autor (asumo que Desiderio) diga que el ataque grosero no es común en el intercambio cultural cubano. No lo será en Cuba, donde la represeión impone cierto orden; pero créame que una vez en libertad da grima el nivel de insulto y ataque personal, de mezquindad, que se alcanza en esos "intercambios". No puedo apoyar la represión, así que sólo queda aasumir estoicamente esta realidad del insulto grosero y constante; pero que nadie se llame a engaño, esto es lo que hay, es la realidad. Como por fuerza, la diaspora cubana (exilio y emigración) se compone de nacionales, es dable reconocer en las prácticas nacionales ese nivel de vulgaridad. Tapado por el sol de una sociedad triunfalista, claro, igual que el incumplimiento en los planes productivos, la locura de su clase política y etc.