martes, 30 de marzo de 2010

La disidencia de Max Lesnik.

Por: Luis Cino -LA HABANA, Cuba.

Max Lesnik en su blog, nada menos que desde Miami, sale al paso a “la feroz campaña mediática internacional” que tanto aqueja a sus carnales del mandarinato. A Lesnik le consta, lo pudo constatar por televisión (¿Cubavisión Internacional?), que la represión contra las Damas de Blanco no fue para tanto. La policía  se las llevó  a rastras entre los gritos de fidelistas indignados. Más ruido que otra cosa. Tanto ruido como el de las amenazas telefónicas que recibe Max, o los petardos que le han puesto.  Y merecidos que se los tiene, por tanta mierda que habla, dirán algunos atorrantes. Bah, extremistas hay en todos los bandos. Max Lesnik, un periodista tan objetivo, debe comprender.

 Que nadie le diga a Max Lesnik  que nueve Damas de Blanco fueron lesionadas por los sicarios. ¿Para qué perder el tiempo, para qué volvernos locos? Seguro que ya consultó con sus colegas de Granma y Mesa Redonda, y le aseguraron que son “patrañas de los mercenarios al servicio del imperio”.

 Cuando en el año 2007, en uno de sus tantos viajes a La Habana, recibió la más alta condecoración del periodismo oficial cubano, Max Lesnik reiteró que era un leal soldado de la revolución de Fidel Castro. El problema es que su trinchera está en Coral Gables y eso lo obliga a ver la revolución y la contrarrevolución (¡vaya términos anticuados que se encaprichan en usar ciertas gentes!) por televisión. Y ya se sabe que  la pantalla distorsiona. Dígame usted si se trata de los corta y pega de los Servicios Informativos de la TV Cubana.

 Pero, ¿quién convence a Max Lesnik cuando se le mete algo en la cabeza? ¿Acaso no conspiró contra la revolución de su amigo Fidel, y luego puso pies en polvorosa cuando se asustó porque iba a morir con los comunistas del PSP y el monopartidismo que venía?

Max Lesnik se enorgullece de ser un disidente que no vive de su disidencia. ¿Acertijo, trabalenguas o rap? Supongo que su disenso dentro de la disidencia tenga que ver con el hecho de vivir en Miami. ¡Qué horror! ¡Qué lugar para tanta audacia! Es como irse a vivir a Jerusalén para dedicarse a pregonar allí que los nazis no eran tan malos.

 ¡Max Lesnik dice cada cosa! Da envidia su valentía  cuando uno se asusta tan sólo de pensar lo cerca que están los calabozos de Villa Maristas y las rejas del Combinado del Este. ¿Qué son los segurosos y los socotrocos y lombrosianos de las brigadas de respuesta rápida al lado de tanto viejito terrorista suelto por la calle de los que acechan a Max Lesnik en Little Havana?

 A fin de cuentas, no hay que ir tan lejos y correr tanto riesgo para decir que nos  oponemos al embargo norteamericano.

 ¡Qué lástima que Max Lesnik no pueda, no quiera o no lo dejen porque allá es más útil, quién sabe, quedarse en Cuba! O al menos venir con más frecuencia. Para que eche el resto con sus amigos de la juventud. No importa si hay alguna discrepancia. Mejor aún. Así  comprobará que la disidencia interna no es tan rentable como le dijeron. Y que la sangre puede llegar al río. Antes que por televisión, es mejor verlo todo in situ. Aunque sea a través de los  cristales de las ventanas del Palacio de la Revolución. O a través de los barrotes de un calabozo, con un ojo aporreado.

 

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